Vuelo nocturno, lo cual siempre se agradece (pasé dormido las tres cuartas partes del viaje) y tiempo fenomenal a mi llegada a Santiago (que no se aradece menos). Por lo menos en este caso, eso ayuda a ver las cosas de otra manera, ¿no?:
Abandonas Madrid en medio del frío (y de las luces de Navidad, que ya iluminaban la Castellana) y llegas a un Santiago primaveral, casi del todo veraniego ya, en el que sobra la americana, el traje y todo lo que no sea camiseta, chancla y pantalón corto.
Espera un mes (algo menos) intenso de trabajo antes de la próxima escapada. Que no será pequeña.
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