A ver, no os perdáis que luego diréis que es culpa mía. Nos habíamos quedado, en el post anterior, en un pabellón del santuario recibiendo invitados e instrucciones casi a partes iguales.
Una vez que llegó todo el mundo (o no, los horarios están para cumplirlos), se puso en marcha la comitiva en dirección al edificio donde se celebraría el matrimonio propiamente dicho. Y digo comitiva porque se va formado una fila que va encabezada por los novios, a los que se les cubre con una gran sombrilla tradicional. Detrás, el resto de invitados y amigos. Como muestra, tres fotos:
Una del primer intento de formar la comitiva (difícil, ya que casi todo el mundo está detrás de la cámara, tomando fotos a los novios bajo la sombrilla).
Otra en plan alineación de fútbol, para conseguir situarlos más o menos donde les corresponde (detrás de los novios).
Y una tercera tomada por uno de los invitados con la comitiva ya en marcha.
Entonces nos dirigimos a la zona más sagrada del recinto. En el interior de ese edificio se supone que está ese Dios en cuestión (en el sintoísmo casi todo es sagrado, y el número de dioses es de millones). Por ello, no se permiten tomar fotos, video o similar. Para acceder es necesario descalzarse, y los novios entramos por una entrada distinta al resto de invitados, aunque ambas están en el mismo lado de una habitación que, si no es cuadrada, le debe faltar poco.
La habitación tiene suelo de tatami y alfombra, y está construida íntegramente en madera, con esas vigas enormes y cálidas que tienen los templos y santuarios japoneses. Es extraño, pero te sientes más a gusto que en una iglesia de piedra y frío mármol pero, al mismo tiempo, notas el mismo sabor como a sagrado (aunque no seas creyente), a cosa importante que no se cómo explicar. Se me entiende, ¿no?
Es necesario indicar que solo son aceptados a éste recinto los familiares más directos de los novios. Lo que sucede es que si hay gente que viene a mi boda desde 10.000 Km (y hasta 15.000) y no los meto al meollo me corren a pedradas. Así que dijimos que eran parientes. Tomadas estas libertades, algunos de los amigos de Hitomi aprovecharon la ocasión y entraron también (con esas restricciones y el elevado precio de estas bodas es raro que, incluso siendo japonés, puedas acceder a este sitio alguna vez, y más en un santuario patrimonio de la humanidad como éste). Otros, en cambio, se quedaron fuera, que es lo tradicional y lo que refleja "mejor educación" en un sentido tradicional (sin querer decir que los que entraron la tengan peor).
Tomando como referencia la puerta por la que accedimos a esta habitación, en el frente hay un altar (donde se supone que estará el dios en cuestión) frente al que había ofrendas de arroz, y frutas. Atención al pensamiento católico: no es un altar como los nuestros, lo más parecido que se me ocurre es el hueco de un armario empotrado, pero sin puertas, donde están todas esas cosas.
En la parte delantera izquierda (a la izquierda del altar) había sentados tres músicos con "flautas" a cada cual más extraña, ataviados con vestimentas tradicionales, pero diferentes a las de los novios, o los sacerdotes. Dan la espalda a la pared, y están uno al lado de otro.
En la derecha, dos monjes sintoístas (hombres), uno mayor (con una barba perillera de un palmo por lo menos) y otro más joven (al mejor estilo de película de policiás, el viejo y el joven).
Delante de los músicos, dándoles la espalda, se situaron dos asistentes (femeninas) que se encargarán de ayudar en la ceremonia (sirviendo el sake, por ejemplo).
Los familiares se sentaron en los laterales de la habitación, frente a unas mesas con unas copas para sake. Los novios, por nuestra parte, nos sentamos en el centro de la habitación, frente al altar.
El monje más joven dirigía la ceremonia. Lo primero que se hace es "purificar" al personal. Para ello, mientras todo el mundo hace una larga reverencia, pasó por encima de nuestras cabezas unas ramas de un árbol sagrado, que se supone que te deja limpio (a nivel espiritual, claro). La verdad es que costó un poco estar tanto rato inclinado; la limpieza llevó un tiempo.
Ya he comentado que el sacedote más joven es el que llevaba el peso del evento, pero fué el mayor el que se encargó de dirigirse al altar y "llamar" al dios frente al que se celebraría el rito. Esta "llamada" se acompañaba de música interpretada por los tres artistas que he comentado. A alguno de los asistentes europeos no les gustó, pero a mi me puso la piel de gallina. Fué un impresionante momento (al menos para mi), lleno de solemnidad.
Después los novios nos adelantamos a unas mesas, sin sillas, que había un poco más adelante que las nuestras. Entonces leímos, al unísono, una declaración de intenciones (el equivalente al quererse y respetarse en la salud y en la enfermedad, etcétera). Supongo que nos adelantamos para que el dios nos oiga mejor, claro. La declaración, escrita en japonés antiguo, me era tan fácil de leer como si fuese moderno. O lo que es lo mismo, imposible. Me hice con una traducción fonética (a eso si llegué) para salir del paso lo más airoso posible, a pesar de los nervios.
Después nos dieron unas ramas del mismo árbol sagrado que antes, pero más pequeñas, que había que girar para poner la parte de las hojas de apuntar al altar a apuntarnos a nosotros (¿o fué añ revés?). El giro había que hacerlo en un sentido concreto, no tengo ni idea de cual es el fundamento de esto y ni siquiera estoy seguro de que hicieramos esto en este punto exacto de la ceremonia. Tal vez fue más tarde (aunque lo hicimos seguro, ¿eh?). Lo que está claro es que después de eso los padrinos hicieron la misma operación con otras ramas. Como padrinos actuaron el padre de la novia y su hermano. Lo normal es que sean ambos padres, por la importancia de la unión de las familias que se enlazan.
Más adelante se hizo el rito de las tres veces, tres cambios. Consiste en beber tres veces de tres copas, tres veces. No, no me sobran veces (lo he revisado). Me explico; sobre la mesa, delante de los novios, había tres copas de sake: una pequeña encima de una mediana, que a su vez estaba encima de una más grande. En la copa pequeña se puso sake (muy poquito, no sea que me emborrache), que tuve que beberme en tres sorbos. Después pusieron más sake y, pasándole la copa a la novia, se lo bebió a su vez, de nuevo en tres sorbos. Me devuelvió la copa y yo volví a beber, otras tres veces. Después se repitió el rito con la copa mediana (esta vez empezó bebiendo la novia) y la grande (de nuevo empecé yo), aunque la cantidad de sake que pusieron en la copa seguía siendo igual de ridícula (y es una pena, porque estaba bien rico).
Después se sirvió sake de nuevo a los novios, y también a los invitados. Uno de ellos (en este caso mi cuñado) gritó "¡¡Campai!!" ("¡¡Salud!!") y nos bebemos el sake.
Aquí el evento estaba llegando a su fin. Falta por contar la parte mucho más larga correspondiente a las fotos en el templo, a las alineaciones de los invitados y todas estas cosas que se hacen a la salida de la boda, tanto en España como en Japón. He intentado captar el momento con las fotos siguientes, que se explican por si mismas. Incluyo fotos de edificios, preparativos para las poses fotográficas (¡qué hartura!) y algunas cosillas más, incluido el peinado de la novia, que otras entradas aparecía tapado por el tocado del traje. En la próxima entrada, a ver cuándo cae, hablaré del banquete nupcial.
viernes, 19 de junio de 2009
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3 comentarios:
En realidad los kamis no son dioses en el sentido nuestro. Es algo más complicado.
Te entiendo perfectamente cuando hablas de lo que se siente en los lugares sagrados.
Hola sobrino:
Cómo he estado en Japón varias veces, como sabes, incluida la zona de Kobe, Osaka y Kyoto sé lo distinto que es todo el país del Sol Naciente, incluido pedir un café, viajar en tren (cuando sales de las grandes ciudades todo está en japonés) e ir al baño -recuerdo cuando en los hoteles de Tokyo ponían en la taza de los váteres que no había que subirse a ellos, pues lo normal era un agujero alargado en el suelo, a modo de váter turco, como teníamos por aquí. Aún te encuentras alguno.
Tengo que confesar que la novia me gusta más sin el tocado, luciendo ese ello peinado único.
Por cierto, aunque es un blog pensado para no japoneses, ¿por qué no ponéis algo de la boda en El Escorial para comparar?
Besos Hitomi.
Un abrazo.
Juanma
Soy una intrusa en este blog: Clara, la madre de Pablo. Me ha dado permiso para entrar y hacer un comentario. Creo que porque sabe que nos ha transmitido el viaje y la boda con entusiasmo y asombro. Y yo también agradezco poder ver (le) en las fotos y enterarme, por tus explicaciones Guillermo, cómo son las costumbres de otros lugares; ahora que el mundo es tan pequeño. Los novios estáis guapísimos. Y con este comentario, os envío los mejores deseos para vuestra vida juntos. Un abrazo y, otra vez, gracias.
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